Samiuns
CARGANDO SITIO
El Guardían del Maíz

El Guardían del Maíz

Lalo Vargas

-Cuéntame una historia papi, – le pedía suplicante el niño a su progenitor. El niño era algo caprichoso así que el cansado padre sabía que de no hacerlo sería una larga velada tratando de obligarlo a dormirse.

La habitación estaba llena de juguetes curiosos, y frente a la cama del niño había una ventana que daba al sembradío de maíz. La luna sufría el ataque de algunas nubes cargadas de agua, Luis esperaba ansioso a que su padre le contara una historia, pero algo decepcionado vio como su padre tomó un cuento de hadas y se disponía a leérselo, así que le gritó con enojo – ¡Noooo, ese no!, quiero un cuento de espanto, algo de miedo -José sabía que su hijo ya tenía edad suficiente como para oír historias de niños grandes, así que accedió a contarle sobre “El guardián del maíz”, claro, no sin antes advertirle sobre las pesadillas que tendría y que no lo dejarían dormir, pero el pequeño no hizo caso a la advertencia y fue así que José remonto su historia 40 años atrás, cuando él era un niño y jugaba con sus amigos en el sembradío de maíz, corrían, saltaban y jugaban, en fin, no paraban.       

– Algo que disfrutábamos mucho era apedrear a los cuervos que se comían el maíz, no obstante, la diversión era arruinada por un viejito gruñón que cuidaba el maizal y que siempre nos corría con insultos.

Nicandro, el más grande de la palomilla tenía fama de ser travieso, pero la travesura había quedado atrás para darle lugar a la maldad, no se sabe si fue un mal espíritu el que se apoderó de Nicandro, pero el chamaco comenzaba a comportarse más grosero y con tendencias agresivas. En una ocasión cuando jugábamos en el maizal, acorraló a un cerdito propiedad del anciano que cuidaba de las milpas, y así, nada más porque sí lo apaleó hasta matarlo. Todos los demás niños mirábamos horrorizados como Nicandro golpeaba al indefenso animal. Mientras el chamaco seguía vapuleando el cadáver del cerdito, vimos acercarse al anciano e inmediatamente emprendimos la huida. Nicandro no se percató de esto y para cuando quiso correr ya era tarde; el anciano lo había golpeado con un palo en la cabeza dejándole una profunda herida, atontado por el golpe, pero aun consiente logró incorporarse y salir corriendo al mismo tiempo que le gritaba pestes al viejo, todos los que estábamos cerca logramos escuchar decir a Nicandro que se vengaría.

Pasó una semana, los vecinos ya habían olvidado aquel acontecimiento, pero un domingo, al anochecer, Nicandro se propuso llevar a cabo su venganza: tomó un galón de gasolina y la roció alrededor de la casa del anciano ubicada en la parte central de la plantación. Sin vacilar, el iracundo Nicandro tomó un fósforo de la cajita y le gritó al anciano para que este lo viera, todo salió como él lo tenía planeado, el inocente viejo se asomó por la puerta y miró como un circulo de fuego rodeaba su casa y arrasaba con todo. A la distancia Nicandro podía oír cómo se quemaba la madera y algunas plantitas de maíz, pero el placer verdadero llegó cuando el anciano gritaba desesperado para que lo ayudaran. Ya era demasiado tarde, las llamas no perdonaron ni una sola parte de la casa del anciano y los restos de su morador se encontraban confundidos entre la ceniza y la tierra quemada.

Días más tarde los vecinos colocaron una cruz en el lugar del siniestro y un ramo de flores, nadie sospechaba nada, no se explicaban la causa del incendio, pensaron que había sido un accidente. Al oscurecer Nicandro se propuso romper la cruz y deshojar las flores y entonces sucedió lo inexplicable, el ambiente se tornó raro, lo recuerdo porque estaba durmiendo en esta recámara cuando la ventana se abrió debido a la fuerza del viento.

Vi a lo lejos a Nicandro parado frente a la cruz del anciano, las nubes cubrieron el cielo, todo se oscureció de una manera misteriosa; alrededor de Nicandro se formaban diminutos tornados que lo aventaban de un lado a otro, después, todos se unieron y una combinación de tierra, milpa y cenizas formaron una figura bizarra, nunca lo voy a olvidar, era como un… espantapájaros, pero tenía un toque diabólico y familiar, el chamaco no podía moverse, aquel monstruo tenia manos largas que terminaban en dedos puntiagudos, caminó hasta su víctima, lo tomó por el cuello para acercárselo a la cara, podría jurar que para ese entonces Nicandro ya había muerto de susto, cuando vi eso me fui corriendo al cuarto de mis padres, no les pude decir nada, pero a la mañana siguiente escuchamos una gran conmoción, tomé mis zapatos y salí corriendo hacia donde la gente se amontonaba, llegué lo más rápido posible pero mi tamaño no me ayudaba, así que me escabullí entre las piernas de los ahí presentes. No lo podía creer; en mi vida había visto un espectáculo tan grotesco. Los intestinos de Nicandro estaban por todo el lugar, algunas aves estaban comiendo sus restos, había sido descuartizado sin piedad. Todos se preguntaban quién habría podido ser el autor de tan horrendo crimen, sin embargo, nadie contestaba a esa interrogante.

Cuando pensé que había visto lo peor, mis ojos no daban crédito a lo que se encontraba a un lado de la cruz del anciano que cuidaba el maizal, era un espantapájaros de tétrica apariencia, nadie sabía quién lo había puesto ahí, me acerque con cautela porque la cara la tenia hacia un lado, y al llegar hasta él lo aprecie mejor, casi me orino en los pantalones al ver que se trataba del tipo de la noche anterior, él había matado a Nicandro, se trataba del anciano que había regresado de la muerte para vengarse, es más, en la madera de la cruz había un letrero pintado con un rojo carmesí con la leyenda: “te estoy mirando”. Nunca más se volvió a hablar del tema, yo estoy seguro que ese espantapájaros que está en el sembradío es aquel viejo que regresó de la tumba para vengarse y seguir cuidando la cosecha, pero lo que más detesta es a los niños que se portan mal, y cuando te estás acercando al límite, te deja una señal.

 -¿Una…se…se…señal? -preguntó tembloroso Luis.-

-Sí, deja marcada con tierra y ceniza una mano en las ventanas, eso quiere decir que te está mirando y que tú podrías ser el próximo en desaparecer. Bueno hijo, duerme bien y que sueñes con los angelitos.  José al terminar su relato se dirigió a la puerta, apagó la luz mientras cerraba la puerta del cuarto de Luis, pero el chico se quedó sentado en su cama mirando a través de la ventana al viejo espantapájaros del sembradío, y de repente escuchó hablar al viento que en ese momento comenzó a ulular insistente, el niño no supo

si fue a causa del miedo pero escuchó una voz, una voz tétrica que le dijo: -¡Te estoy mirando! -después ya no hubo ni viento, ni voz tétrica, nada.

 El silencio puede ser tan escalofriante como el rugido de un jaguar en medio de la selva. Puedes escuchar el latido de tu corazón, en medio del silencio, el silencio es molesto cuando tienes frente a ti al personaje que tu padre acaba de describir como un asesino de ultratumba, Luis no lo soportaba más, y de repente como petardo, una estruendosa carcajada se dejó escuchar al mismo tiempo que aparecía la huella de una mano marcada en la ventana.

*El guardián del maíz es publicado aquí por cortesía de su autor Eduardo Vargas Carrillo y forma parte del compendio de relatos “El Hombre Muerte y Otros Relatos” de su autoría, disponible en formato digital en Amazon https://www.amazon.com.mx/EL-HOMBRE-MUERTE-OTROS-RELATOS-ebook/dp/B08GC3SX13